En el cambio de guardia, me dice un compañero, venezolano, que la vajilla que he llevado para uso común (había unos platos de plástico naranja, y a mí el glamour no me lo recorta ni Rajoy), le evocaba su infancia. Se ha emocionado; su hermana guarda dos platitos iguales de recuerdo. Luego, nos hemos reído porque le he dicho que a mí me recuerdan a un señor que ya no es nada mío y que no estaba completa, pero allí tendrá su papel. Y nos despedimos con un fuerte abrazo y la promesa de un Martini, azul?, a nuestra salud.
Tras visitar la orilla del mar desgreñado y descarado, regreso a la ciudad y compro unas flores para mi madre. Es su aniversario de boda y, desde que mi padre no está con nosotros, suelo hacerlo. Rosas blancas. Las llevo a su casa y me mira, con esos ojos tan ágiles a sus 81 años, me sonríe y dice : "Ahí empezó todo..., todo el lío". Y me abraza.
Me siento instalada en mi momento, que es buen momento, pero persiste mi vena rebelde y ocasionales resistencias a evolucionar, que me suena a los Pokemón, porque nunca una Nespresso podrá sustituír al borboteo aromático de una Oroley. Y desde el café, os lo cuento.