martes, 20 de julio de 2010

sobrasada

Esta noche huele a sobrasada y a jazmín, y me sabe a rojo y blanco (como el camisón que llevo). Se me viene encima el domingo de año santo que cierra siete ciclos de siete años, número mágico. Nací el día en que mi padre cumplía 33, y se me hizo difícil soplar las velas, con lo que me gusta cumplir años, sin su compañía y ayuda. Hoy, la luna me dice que estará llena para acompañarme el día 25, y le estoy tan agradecida...

He estado unos meses en reserva; me llegaban avisos sutiles como amenazas. Nunca me había quedado sin gasolina. Fue la primera señal. Dos veces en una semana. No está mal. Llegó después el día en que agoté la batería del móvil. Realmente inusual. Después mi portátil también me dejó con un trabajo a medias. No ví lo cansado que estaba... y ahí vino el punto de inflexión. Mi energía estaba justa y dispersa. Acudí a la primera fuente del poder personal, las raíces. Un concierto con la sonrisa y alegría, besos y abrazos, de "mi" director que lo fue (mi tinet), y con la complicidad de tantas cosas compartidas. Confidencias en la playa delante de un café del tiempo, leyendo el respeto en los ojos de quien me acompaña, y me ha acompañado en mis sinfonías patéticas desde hace unos años. Una cena con las amigas de infancia, hasta altas horas a pesar que todas teníamos trabajo al día siguiente ("en un ratito", que decía Blanca) acabada con mistela, en la alfombra, adivinando el futuro con las cartas y compartiendo inquietudes y planes, como viene siendo desde hace años. Dominó en la terraza, y gratas experiencias. Y la rutina, que me suena a novedad. Y la autoestima potenciada, recuperando peldaños que ya conoce, que ya ha subido y bajado en otras ocasiones. Me siento afortunada; supongo que nunca he dejado de serlo. Y quiero que lo sepais.