jueves, 29 de enero de 2009

xiquilladas

A mi amiga P (de pelirroja) le hicieron un legrado hace unos días; estaba ilusionada de acompañar a los tres niños que le corren los pasillos, con uno (ó dos) más. El mayor, de 7 años, preguntaba por su hermano, al que ya llamaba Pablito...y le tuvo que decir lo que había sucedido. Y el peque, que se quejaba de que no sabe cómo se reza, decidió que iba a pedir algo a Dios, que éso sí sabía hacerlo. Pensó, y abrazado a su madre, de reposo relativo (porque la maternidad, desde el principio, lo relativiza todo ó mata), concluyó que deseaba que Dios le diera otro hermanito, pero que esta vez...estuviera vivo.

Al escuchar a P contándome esta historia, me emocioné mucho. Y me hizo ver qué difícil es explicar que ha muerto lo que no llegó a ser alumbrado. Y me hizo pensar en la tenacidad por conseguir lo que uno desea, y cómo debemos enunciar nuestros deseos, con todos los matices, y de forma explícita ("esta vez...lo quiero vivo"). Y me hizo sentir cómo la inocencia transforma la congoja en una dulce sonrisa y un abrazo. Y me hizo confíar en el poder de la oración, aunque la contemplo como actitud más que como acción. Y me hizo tanto bien que he querido contároslo.

Para P., un beso

domingo, 11 de enero de 2009

flu

Hace cinco días que peleo con los pirómanos endógenos, esos que nos hacen hervir la sangre, en nombre de noséquévirus, y nos llevan a estados delirantes y extenuantes. La verdad es que tiene su punto ésto de la fiebre. Y la incubación...creía que se me había sentado entre el diafragma y las lumbares, algo del tamaño de un exmarido rebotado. A las horas, me dí cuenta que se me secaba la garganta como cuando quieres decir algo que se te agarra a la tiroides sin permitirte pronunciar palabras sencillas, tan sencillas como un "te quiero", por ejemplo. O cuando deciden quedarse en las cuerdas vocales haciendo funambulismo, más atentas a no perder el equilibrio que al vértigo de la caída.
Y aquí, ya en la cama, la respiración deja de ser silenciosa y habla, con voz ronca, de las cosas que pude y no quise y me lleva a un espacio, sin nombre ni coordenadas, sin GPS ni mapa del tesoro, donde todo es irreal, tan irreal como cierto. Y empieza el desfile de imágenes, sin previa invitación, y los ojos se vuelven vidriosos y pican, y lloran, como los niños de Gaza, asustados y rendidos. Y, en las sienes, dos garras que me sujetan, apretando sin piedad, cuando toso, tal vez en un intento de exorcizar mis prejuicios que me llevan de nuevo a los mismos errores. Parecen un alienígena mutante pegado en forma de casco a mi cuero cabelludo, que hormiguea como si cada pelo tuviera un habitante en su folículo. Un poquito de paracetamol (Dios salve al "Colocatil"!!), me va llevando a una relativa calma, entre sudores que me recuerdan el río Zambezi, y me duermo un rato cuidando que no me pille un cocodrilo ni se espante un hipopótamo (son vegetarianos pero muy territoriales y asustadizos).
Con el alba, la certeza de que me quedan unos días aún. Y entre fiebre y más fiebre, líquidos y reposo. Y con el finde por delante, mis gemelos deciden cuidarme preparando sesiones intensivas de DVD, que aumentan la temperatura de mi líquido cefalorraquídeo por encima de lo razonable.
Y, ahora mismo, un peso detrás de los ojos, que anuncia que mi organismo, en plena forma, sigue su acoso al invasor. Subirá la fiebre otra vez, dejando fríos manos y pies, y la punta de la nariz. Y, al exhalar el aire, saldrá un aire caliente, caliente, como el del desierto, que secará los labios como si hubiera una hoguera encendida en la faringe. Y la carencia de algún beso insensato.
Lo mejor, será que pasará.
Y lo que queda dicho...será la fiebre.

sábado, 3 de enero de 2009

doce uvas

Acabó el 2008, bisiesto, y con un segundo de regalito.

Y empecé el año con la boca hecha sonrisa y llena de uvas. Desde la alfombra del salón, escuché descorchar una botella de cava, y dí muchas gracias a todo y a todos, con el alma y el pensamiento, y también con las entrañas. Eso sí, ni una palabra, que falta no hacían.

Recibí un beso "importante", que me emocionó aún siendo previsible como lo era, y una llamada crucial, de vocecillas aún infantiles (...qué poco me queda!).

Y se paró un instante el mundo, y me sentí flotando, desbordante de dicha, satisfecha, lejos del dolor del resto del mundo, de las miserias invisibles, de la mezquindad y de tantas cosas que desterrar. Fue un momento de levedad, de alegría sincera, de sentirme tan viva...que eché la cabeza atrás, sin abrir los ojos, y en ese cabeceo volví a casa. Los abrazos, las fotos-"paparazzi", brindis, ring-ring por el fijo, los móviles,...risas. El principio, nada más, de una buena noche.