lunes, 8 de febrero de 2010

tacitas y vecinos

Un comentario cariñoso me trae la imagen de llamar a una puerta que se abre para dejar asomar al vecino que me dejará una tacita de sal. Claro que hay que salir de casa, llamar al timbre y saber esperar para pedir lo que me falta. Demasiado trabajo sería intentar montar una salina en casa, para no pedir nunca nada; solo yo sé el tiempo perdido en estas cuestiones.

Y vuelvo a sentir la paz de los ojos de Nana, en la certeza de que las cosas iban bien, que lo malo pasó...y que aprendí que sin bacterias, no hay intestino que funcione.

Y ahora sé que hay constantes vitales no monitorizables (ó sí) como traer flores y disfrutar repartiéndolas en jarrones, atender las plantas del balcón que se creían desahuciadas, comprar vasos nuevos y retirar el muestrario que había, mirarse al espejo y ver asomar el glamour de las arrugas y las canas descaradas que resisten a toda la química del mundo mundial...en fin, aquello que indica que la UCI quedó atrás, y que quiero seguir disfrutando de esta vida, la mía. Y las que vengan detrás.
Y compartir.